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22 ago 2012

¿Celos, caprichos? No, egoísmo se llama.

Te bajaron a la realidad con un buen baldaso de agua fría. Demasiados sueños, demasiadas ilusiones. No todo es tan único como parece.

Un anciano llamado Eustaces vivió toda su vida rodeado de gente que lo apreciaban y querían de verdad. Personas que él también las quería y que han estado con él muchísimos años. La vida pasaba y le ha dejado hermosos recuerdos junto a ellos y tras los años sabía quién valía la pena. Sin embargo, nunca llegó a quererlos de la manera que lo hizo con ella. Hasta a veces resultaba  repulsivo para sus amigos pero a él no le importaba. No le importaba la opinión de nadie y si tenía que perderlos, lo hubiese hecho por ella... 
El anciano estaba en el hall de su casa sentado en su silla de madera favorita, en frente suyo un lago gigantesco se veían a los patos danzar por las aguas. Él iba las veces que podía a ese lugar para reflexionar. Más que nada, para comprender el porqué yacía a esas alturas sólo y desgraciado. Seguían los amigos de siempre, pero algunos habían muerto y otros tenían familia, deberes que hacer o simplemente la edad los ponían a todos muy quejosos y dolorosos para moverse de sus casas. Sólo con una persona se veía, su vecina que era su amiga desde  secundaria. Habían vivido toda una vida juntos por sus padres que eran muy amigos y esa amistad los unió a ellos para siempre. Pero, como todos, tenía una familia en que ocuparse. 
Eustaces desde que su casa había quedado vacía, salvo él, se preguntaba  "¿Qué hice mal?" al principio no halló la respuesta, más se sentía confundido con qué había fallado para que ahora se encuentre sólo, sin su verdadero amor, el porqué había quedado así, desalmado, roto y frío. Al hacerse mas viejo, las cosas se le iban aclarando bastante. 
Todo era perfecto cuando tenía a Raquel. Raquel... esa chica sí que lo había hipnotizado desde el primer momento que la vio. Afortunadamente para Eustaces, tuvo la oportunidad de conocerla, enamorarse y vivieron juntos un largo tiempo. Los dos se amaban de verdad, un amor puro y condicional. Ella lo fue todo para él. Se olía felicidad cuando se estaba al lado de ellos. Vivían juntos, hacían casi todo juntos y llevaban una armonía envidiable. Perfecto amor empalagoso. Pero, ¿Qué fue lo que paso entonces? ¿Cómo es que un amor tan fuerte se rompió en pocos años? Eustaces al final de su vida encontró una respuesta: él. La amaba tanto que llegó a la obsesión. La obsesión lo llevaba a los celos. Los celos a las depresiones. Y depresiones al estado total de creer que no era nada para el mundo. Para Raquel, le partía el alma verlo así, porque por más que intentaba hacer algo por él, Eustaces no salía de ese entorno. Lo que hacía que lo ponga así era gran parte por su gran imaginación e ilusiones que tenía. Se tomaba cada palabra de Raquel en serio, la adoraba como una Diosa divina, no le importaba ningún ser más que ella,  él dejó todo por ella... hasta dejaba de importarle los amigos... y cuando veía que las cosas no eran tan así por parte de ella, era fatal para él. Por esas cosas, Raquel no pudo soportar ese sufrimiento porque creía que toda la causa de su tristeza era por ella, y se fue. Eustaces trató de tranquilizarla y le rogó que no se vaya, pero no pudo.
Desde su partida no la vio mas, ni tampoco supo nada de ella porque él al verla irse de su vida, tuvo varios intentos de suicidios pero todos fallidos. Estuvo en rehabilitación por varios años hasta que lo dejaron ir.  Se mudó lejos de donde estaba, al lugar en donde yace, solo y sin vida. Sin Raquel. 
Ahora, viejo y sólo sentado mirando el lago, pudo entender que su egoísmo arruinó su vida. Si tan sólo hubiese comprendido que nadie es igual a otro, que nadie tiene los mismos sentimientos y que en cada uno las cosas son diferentes, comprender que el amor alocado de él no lo sentía ella igual, que los celos no te llevan a ningún lado, que no era el único en su vida,  lo iba a comprender. Pero ya era tarde. Al no dejarla ser libre, el egoísmo lo venció por completo. Llevándose a su vida y a la persona que más amaba. 

Sophie Snape.



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